Cruzar la senda

No pocas veces he cruzado la senda de lo posible.

Solo allí, entre la insistente manera de seguir y el desasosiego, comprendí cuánto de similar hay entre la pulcritud y la mugre.

Cuánta cercanía entre los buenos modales y los gritos heridos de los pisoteados.

Cuántas razones esgrimidas para matar con o sin ley a todo aquel que esté de más por distintos motivos en los floridos campos de cebollas.

Cuánta vecindad hay entre indigencia e iglesias de todo tipo.

Cuánto de obediencia entre los que comulgan sin mirar bajo el azote letal de distintas religiones y los que obedecen sin pestañear al Comité Central del partido y se autoproclaman rebeldes.

Cuánta ambigüedad hay entre quienes se diferencian de los que odian, de tal manera que de tanto odio, se parecen.

Comprendí que creo en menos cosas que antes.

La moral suele disponer de hermosas limosnas acordadas para sepultar reliquias, mientras que la ética es la individual confesión con nuestras conciencias. De esto último muchos no toman nota.

No parece existir la conciencia para muchos seres que prefieren confesarse en un cajero automático, en un templo o escuchando al burócrata que les dirá qué hacer antes que enfrentarse con su propia conciencia. Comprendí, además, que hay muchos que prefieren guardar la basura debajo de la alfombra y bajar la cabeza, también obedeciendo.

Y en ese ir y venir de la memoria, he visto desde ojos salpicados de sangre de niños indefensos, tierras arrasadas con manojos de raíces incrustadas en las ruedas de los tanques de guerra, hasta cordones umbilicales y racimos de uvas en labios enamorados.

He podido comprobar qué cerca está el que no sabe volar del que vuela con alas propias y, a veces, cómo se confunden los vuelos de águilas, cuervos, mirlos y palomas.

He podido comprender qué lejos está el que no sabe leer, pero guarda valores dentro de su miseria, del que sabe leer y solo desde su miserabilidad disfruta del abecedario.

No pocas veces he cruzado la senda de lo posible.

Esto no me humilla ni me dignifica, en todo caso, es un ejercicio cotidiano de gritar cuando creo que hay que gritar y de hacer silencio cuando lo que se oye no merece mayores comentarios. El ruido actual me espanta.

El ya basta implica hacerse cargo de muchas cosas al mismo tiempo y también de no atarse a fantasías ajenas.

Comprendí que en las fantasías ajenas anida la voluntaria o involuntaria manera de decirme cómo debo vivir, escribir, relacionarme o decidir. Una peligrosa manera de quitarme la voz y la palabra o castigarme con altas dosis de miedo.

Comprendí que la ilusión es un espejismo cargado de impotencia.

Comprendí que se lucha de mil maneras diferentes y que cada uno deber tener el derecho de vivir su propia experiencia. Y que quien impone un solo modelo de lucha y compromiso está creando una nueva manera de no luchar.

Comprendí que puedo crecer también desde lo cotidiano, aunque lo cotidiano signifique para muchos un espejo empañado.

En todo caso mirar la calle, revolver libros y discos, tender la ropa y ayudar a nuestros hijos a que no estudien de memoria, devolver el diario prestado, cerrar la puerta o tomar un café en medio del desierto.

Acaso volver a mirar a los ojos a un hermano del camino, retomar las palabras que parecían dormidas, mirar la noche estrellada, evitar la lástima por los que perdieron toda capacidad de sorprenderse.

Comprendí en este tiempo de frutas maduras que vale más una lucha sin cuartel contra uno mismo que vivir luchando para demostrarle a los demás cuánto uno lucha.

Y que hay tiempo para distinguir colores, para encontrar aromas, para caminar por la calle y ver cómo eran las casas, las esquinas, los paisajes, los árboles, los rostros oxidados en nosotros de la gente del lugar.

Comprendí que cuando hay poco para decir mejor no decir nada y que el mejor premio que uno puede hacerse es la pregunta cotidiana.

Solo allí, entre la insistente manera de seguir y el desasosiego comprendí cuánto de similar hay entre una pregunta y una respuesta.

No pocas veces he cruzado la senda de lo posible.

Comprendí, entre otras cosas, que solemos hacernos trampas a la hora de respondernos todos esos cuestionamientos. Y que la mejor manera de resolver eso es que cada uno encuentre su manera, en soledad, para uno mismo, sin escaparates mentirosos.

Una vida es un segundo en la historia de los tiempos.

Cruzar la senda de lo posible me ayudó a caminar en busca de lo imposible.

Néstor Alejandro Tenaglia

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